lunes, 31 de marzo de 2014

Nuestra lucha contra el "cuñadismo"

Un teorema matemático varias veces redescubierto (incluso hay quien afirma que existe una versión en algunos antiguos papiros egipcios de la dinastía XXII) afirma:

Teorema: Para toda familia F existe una constante k, tal que para toda reunión familiar con más de k miembros de F, existe siempre al menos un cuñado. 

Somos muchos los que estamos preocupados con el auge del "cuñadismo" que a todos nos asola, es por ello que algunos hemos decidido luchar contra semejante plaga. Esa lucha la concretamos mediante una serie de actividades de difusión de la cultura científica, porque en el tema científico los cuñados suelen patinar algo más que en política, economía o deportes. Desde octubre de 2013 nos embarcamos en Ciencia en Bulebar: la idea era dar unas charlas divulgativas en un bar de copas y así acercar la ciencia a la sociedad. Está comprobado que el índice de cuñados en este tipo de charla es próximo a cero.

Clara y Enrique justo antes de una charla de este último.
Carlos expectante antes del comienzo de una charla. 
Todos los de Ciencia en Bulebar
El éxito de Ciencia en Bulebar se nos ha subido a la cabeza y nos hemos embarcado en un nuevo y más ambicioso proyecto: intentar montar uno de los mayores eventos de divulgación científica de este lado de Despeñaperros. Gran parte de la culpa es de Ángel Fernández, director de Jot Down, que está tan loco o más como el resto de nosotros. Ese evento tendrá dos vertientes: por una parte la convocatoria de unos premios de narrativa científica (dos categorías: divulgación y ficción, 1.000€ de premio cada una) y después, coincidiendo con la entrega de premios, organizamos un gran certamen con charlas, mesas redondas y algunas cosas más.
Ángel escucha embelesado a alguien del público en una conferencia.
Toda la información la podéis encontrar en esta página, pero hago un resumen:

  • Concurso: dos modalidades (divulgación y narrativa científica), un premio de 1.000€ para cada modalidad. Finalia el plazo el 15 de mayo.
  • Evento: 13 de junio por la tarde, 14 de junio por la mañana, en la ETSI Informática de la Universidad de Sevilla.
  • Inscripción (en la página del evento): gratuita y, además da la asistencia a todas las charlas y mesas redondas os entregaremos un lote constituido por un libro y un número de la revista Jot Down.
  • Fila 0: hemos creado una fila 0, por 50€ tendrás derecho a otras sorpresas y estás invitado a la cena a la que asistiremos organizadores y "charlantes" la noche del viernes 13. ¿Qué mejor ocasión para pasar una velada agradable con gente interesante?

Así que os animo a escribir vuestras entradas para el concurso y a inscribiros para el evento.

viernes, 21 de febrero de 2014

La belleza (y las matemáticas)


O Binómio de Newton é tão belo como a Vénus de Milo.
O que há é pouca gente para dar por isso.

óóóó---óóóóóó óóó---óóóóóóó óóóóóóóó

O vento lá fora. 


El binomio de Newton es tan bello como la Venus de Milo
lo que hay es poca gente que se de cuenta
óóóó---óóóóóó óóó---óóóóóóó óóóóóóóó
El viento fuera

Álvaro de Campos (heterónimo de Fernando Pessoa).


Fuente

En una conversación en G+ entre mis queridos Luis Tarrafeta y Elsa  Bornay (sí hay vida en G+, lo que ocurre, como en todo, que hay que seguir a la gente interesante de esa red y no a los interesantes de otras redes) se hablaba sobre la apreciación de la belleza en las matemáticas. Esa conversación surgía a propósito de la noticia que ha surgido de un estudio que trata de ver la reacción de matemáticos ante fórmulas consideradas bellas, de dicho estudio se hacía eco Antonio Martínez Ron (aka Aberron) aquí.

Creo que el gran Pessoa da en el clavo al afirmar que la fórmula del binomio de Newton es muy bella, pero que la mayoría de la gente no está preparada para apreciar su belleza. La belleza tiene asociado un importante componente cultural, lo que a ciertos pueblos le parece bello, otros lo pueden encontrar deleznable y, cuanto más abstracto es un arte más "entrenamiento" hace falta para apreciarlo. Para apreciar la belleza necesitamos antes aprender ciertos conceptos: recorrer cierto camino. Existe un libro maravilloso titulado "El impacto de lo nuevo: el arte en el siglo XX" de Robert Hughes (basado en una serie de televisión) que precisamente trata de guiarnos en dicho camino si pretendemos apreciar las distintas manifestaciones artísticas del siglo XX. Puede que se tenga que hacer algo parecido para que se llegue a apreciar la belleza de las Matemáticas.

En ese sentido, existe un libro precioso "Proofs from THE BOOK" de Martin Aigner y Günter M. Ziegler (está traducido por si a alguien le interesa y no quiere leer el original) que recoge, siguiendo una idea de Paul Erdős, resultados matemáticos que tienen el denominador común de su especial belleza, pero, me temo, que para apreciar dicho libro hay que tener una importante base matemática. Naturalmente, existe una importante labor de divulgación para todos los públicos que es fundamental para ir creando esa base en capas más amplias de la población. Me consta, por su cercanía, que uno de los motores de Clara Grima es ese precisamente.

Por mi parte puedo asegurar que, a veces, ante la contemplación de una demostración me he quedado extasiado al igual que cierto anochecer en la cubierta de un barco anclado en El Pireo no puedo reprimir las lágrimas ante la contemplación del Acrópolis iluminado por los últimos rayos de Sol del día. Pero creo que es más fácil apreciar la belleza de ciertas fórmulas, algo simple y profundo ha de poder ser apreciado por un público más amplio que aquello que requiera un ejercicio mental y entrenamiento más profundo. Así, me voy a ir al ejemplo más simple: la identidad de Euler: 
$$e^{i \pi }+1=0$$


En dicha identidad aparecen los cinco números más significativos de la matemática ($e$ es la constante de Euler o de Napier y aparece asociado como la solución de muchos problemas de crecimiento en física, biología o economía, $i$ es la unidad imaginaria para la construcción de los números complejos, $\pi$, $1$ y $0$ creo que no merecen más explicación) ligados por las operaciones más elementales: suma, producto y exponenciación. ¡Una sola identidad reúne a los cinco números y a las tres operaciones más importantes de una disciplina! ¿Cabe mayor belleza (y no me refiero a la de la señorita que no ha podido por más que grabársela en su espalda)? 

jueves, 10 de octubre de 2013

Cuando el sabio señala la Luna

Fuente
Cuando el sabio señaló la Luna, el necio se fijó en el dedo.

Pasó un buen rato (a él se le hizo eterno) hasta que se atrevió a desviar su mirada y, por fin, la bajo por su mano, aún elevada. Recorrió el antebrazo, ni firme, ni poderoso: justo el tipo de antebrazo que se le supone a cualquier sabio. Y ya no se pudo detener: brazo, hombro, subió por el cuello, barbilla, boca, a estas alturas todavía inexpresiva, nariz y acabó depositándose sobre sus ojos.

El sabio miró al necio un tanto desconcertado, pero (recordemos que era sabio), pronto se percató de todo, leyó en esos ojos que lo examinaban y su boca, antes inexpresiva (considérese esto una deferencia a mis lectores más desmemoriados) se transformó en una sonrisa cómplice.

Ha pasado mucho tiempo, pero a ambos, al sabio y al necio, de vez en cuando les gusta mirar juntos a la Luna y recordar el principio de su historia.


Este microrrelato ha sido (muy) inspirado por este fantástico tuit:

viernes, 4 de octubre de 2013

Que treinta años no es nada

Sí que lo son y justamente esos son los años que acabo de cumplir en la Universidad de Sevilla como profesor. Al comentar esto en las redes sociales que frecuento (Twitter y G+) alguien me dijo que por qué no escribía algo sobre el tema y parece que me estoy animando a ello: veremos qué sale.

Orgullos después de ganar un torneo de fútbol sala el mismo año que entré de profesor en la universidad (yo soy el rubio segundo por la izquierda de la fila de abajo).
Evidentemente, la universidad ha cambiado mucho en estos treinta años (y yo también ¡ay!), cuando yo entré en octubre del 83 se acababa de aprobar la LRU que supuso el cambio de la universidad franquista, aislada y concentrada en la repetición de unos conocimientos posiblemente inútiles y, desde luego, no originales a la universidad actual con la creación de los departamentos y dándole gran importancia a la investigación que hasta entonces era algo meramente anecdótico. Como sería imposible relatar aquí tanto cambio, me limitaré a unas cuantas pinceladas de la universidad que me encontré cuando recién licenciado pasé a dar clase a muchos de los que poco antes eran mis compañeros:

De hecho, la primera anécdota ya la he contado en G+: hoy en día son normales (¿o eran?) los viajes para asistir a congresos, reuniones con otros colegas, etc. Nada de eso era muy común por aquella época, al menos no en universidades periféricas como Sevilla. Se ha de pensar que si andamos otros treinta años atrás en el tiempo, la única universidad española autorizada para impartir estudios de doctorado (y expedir dicho título) era la de Madrid y poco habíamos cambiado desde entonces. Así el primer viaje que hice como profesor, fue a París, en coche y, naturalmente, pagado de nuestros bolsillos (los proyectos, ayudas, etc., tardarían unos cinco años en llegar por nuestros lares). El motivo del viaje hoy suena extrañísimo: fuimos a recorrer hemerotecas universitarias para fotocopiar artículos a los que no teníamos acceso desde Sevilla. Como suena: hicimos cerca de 4.000 km para hacer fotocopias.

Después de transcurrido el primer año me casé. El viaje de bodas fue un tanto especial: a la facultad de matemáticas a escribir mi tesina (entonces era normal entrar recién licenciado y se hacía la tesina, una especie de tesis de máster en el lenguaje actual, el primer año después de la licenciatura). La pobre recién casada se venía conmigo y me dictaba desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche (sábados y domingos incluidos), hora en la que volvíamos a casa para preparar la comida del tuper del día siguiente. Naturalmente, se quedaba dormida mientras me dictaba alguna de las propiedades garantizaban la unicidad de los grupos de homología: no se lo culpo.
Las "bolas" de IBM (vista la foto, se me acaba de ocurrir
un híbrido entre dichas "bolas" y otras que tienen el apellido
de "chinas" que igual es un negocio y sirve para reciclar
este producto ya en desuso: todo sea por la ecología).

La escritura de trabajos científicos en dicha época era algo realmente penoso, los medios más modernos de los que disponíamos eran de máquinas de escribir Olivetti o IBM a las cuales se les podía cambiar manualmente "la fuente" de letras (una margarita en el caso de Olivetti, una bola para IBM): teníamos una margarita (en el caso de la tesina utilicé una Olivetti) para el alfabeto latino y otra para las letras griegas que teníamos que cambiar cada vez que aparecía una letra griega (cada dos renglones como mucho, en el caso de mi tesina), los subíndices y superíndices bajando y subiendo el carro.

Mi tesis, cuatro años más tarde, supuso un gran avance en este sentido: fue la primera tesis escrita con un procesador de texto(?) en la Universidad de Sevilla. Pero las cosas no eran tan sencillas: utilicé lo único que existía en aquel momento: runoff. Dicho procesador lo único que hacía era paginar y justificar el margen, así que las dificultades principales eran tres: no tenía distinto tipos de fuentes (no disponíamos de las esenciales letras griegas), no consideraba ni subíndice ni superíndices y además no contábamos con impresoras adecuadas. Para la solución (igual "solución" es una palabra excesivamente optimista como se verá) de estos problemas conté con la inestimable ayuda de mi amigo Luis Narváez: se hackeó el runoff de tal forma que si escribíamos un símbolo especial dejaba espacios en blanco en vez de escribir todo lo que estaba entre dichos símbolos en una primera pasada y en la segunda dejaba en blanco todo salvo lo que estaba entre dichos símbolos, por último, disponíamos de una IBM de esas de "bolas" conectada como impresora. Así el proceso de impresión era el siguiente: poníamos una hoja en blanco en la máquina de escribir y se imprimía todo el texto "normal", volvía a meter la hoja y se escribían los subíndices, una tercera para los superíndices y una cuarta después de cambiar la bola, para las letras griegas. Naturalmente, todo esto había que hacerlo con un cuidado exquisito, ya que, en caso contrario, el papel se desplazaba y no imprimía las cosas donde debían. Entre unas cosas y otras la impresión de una página nunca tardaba menos de 15 minutos.

Mirado en perspectiva, fueron buenos tiempos, teníamos poco, pero cada día se mejoraba algo, trabajábamos mucho (era raro el domingo en el que no íbamos a la facultad), pero disfrutábamos con lo que hacíamos y poco a poco, los tres "topólogos" (Antonio Quintero y Rafael Ayala eran los otros dos, ambos cinco años mayores que yo) fuimos consiguiendo viajar, contactar con gente y hasta acabamos consiguiendo dinero para ello.
De izquierda a derecha: Eladio Domínguez (mi director de tesis, mi maestro), Antonio Quintero, Tim Porter (el primer contacto internacional que tuvimos), Rafael Ayala, Luis Javier Hernández y un servidor en la puerta de matemáticas en Zaragoza. 

Para no alargarme más: ¿cuál es mi resumen de estos treinta años?
A nivel personal, me ha permitido cuatro cosas fantásticas:
1) He disfrutado dando clases a mis alumnos, nunca he percibido eso que dicen algunos de la desidia de la juventud actual, ni su falta de preparación, ni nada por el estilo; me lo paso bien con ellos, entonces (que salía de copas con ellos después de las clases) y ahora (que nos tuiteamos antes, después y, a veces, durante las clases).
2) He viajado. Gracias a la universidad he sido invitado a dar conferencias en universidades de los cinco continentes. He conocido lugares maravillosos casi siempre de la mano de amigos locales que son los que te pueden enseñar cosas que para los turistas pasan desapercibidas.
Parte de mi familia en Nueva York cuando me vinieron a visitar durante el año sabático que pasé en EE.UU.
Con Clara Grima en la bahía de Sydney.
En Kamakura (Japón).
3) He disfrutado con una de las cosas que más me gustan en el mundo: reunirnos unos cuantos colegas y enfrentarnos a un problema con una pizarra de por medio. Algo que solemos hacer es alquilar una casa rural durante dos o tres días y ponernos a trabajar sobre un problema durante ese tiempo totalmente aislados del resto del mundo.
y 4) He conocido gente maravillosa. Gracias a todos ellos, no los voy a nombrar aquí porque son demasiados y no me quiero dejar a nadie en el tintero.
Con los cinco a los que había dirigido la tesis hasta ese momento el día que conseguí la cátedra. Desde entonces otra docena y media se ha unido al grupo.
Por último, para los que digan que treinta años no es nada: aquí estamos los mismos del equipo de fútbol de la primera foto una vez transcurridos 25 años:
Solo falta en la foto el segundo por la izquierda de la fila de atrás.

jueves, 11 de julio de 2013

El making-of de "El hombre que nunca existió"

Recientemente he tenido el honor de que JotDown publique una entrada mía. En ella, narro una aventura que es, según el autor del texto (esto es: yo):
Un episodio conocido por muchos, pero con detalles fascinantes y no tan bien sabidos. En ella nos encontramos con engaños, aventuras, suspense, suerte, con espías, muchos espías, con personajes muy listos y otros aún más listos (parece que solo le falta el «amor verdadero» para ser La princesa prometida) y con un protagonista involuntario.
Es la historia del Hombre que nunca existió. En ella trato de narrar ese apasionante episodio de la Segunda Guerra Mundial a la vez que presento al lector la zona en la que transcurrió parte de la aventura.

Naturalmente, si alguien está interesado, lo remito a mi entrada ¿qué voy a decir de ella? A mi me gusta, por algo soy el autor. Aquí lo que pretendo es contar cómo se fraguó la escritura de dicha entrada y poner algunas de las fotos que tomé durante la fase de documentación.

Aprovechando la Feria de Sevilla que me proporcionaba una par de días de asueto y reprimiendo mis casi irrefrenables deseos de juerguista me dirigí primero a Huelva porque creía que tenía que visitar el Barrio Obrero, la Alameda Sundheim y la casa Colón. Además contaba con una par de bonus tracks: tomarme un café con mi amigo Mario (@mariomusan en Twitter) y tratar de buscar la tumba del protagonista de mi historia en el cementerio de Huelva.

Un par de vistas del Barrio Obrero (Huelva)

El café lo tomamos Mario y yo en lo que era la antigua casa del guarda del barrio obrero. Igual por esa razón alguien al transformarlo en bar le puso el original nombre de "La casa del guarda". Por cierto: la camarera de dicho bar me manifestó que le encantaba mi camiseta de la serie "The big bang theory" de la que se declaraba rendida admiradora.

La casa del guarda. El que está sentado con una chaqueta blanca es el bueno de Mario. 

Naturalmente Mario y yo conseguimos encontrar la tumba del comandante Martin, he de confesar que me faltó poco para que se me saltaran las lágrimas.

Se hacía tarde y quería llegar cuanto antes a Cartaya, el pueblo de mis mayores (que es como la gente que se la da de leída y/o usa gafas de pasta, entre los que me cuento, llama al pueblo en el que nacieron sus padres). Allí tuve que explicar un ciento de veces (puede que no fueran cien, pero se le acercó bastante) que no me iba a quedar con ellos sino en el hotel y que no iba a comer con ellos, sino en un restaurante, porque quería escribir una especie de guía. Mal que bien, conseguí alojarme en el fantástico y recomendable Hotel Plaza Chica, cuya dueña Loli me trató como si fuera de la familia (y puede que lo seamos).
Patio del Hotel Plaza 
Esa misma tarde fui al Rompido (oficialmente es una pedanía de Cartaya aunque a la gente de allí le cueste trabajo reconocerlo), allí me encontré con alguna gente en busca de consejo, como Chari Foncubierta (@cfoncu en Twitter) que tiene al Rompido como su paraíso particular y a mi primo Andrés que, con su habitual actitud displicente (en realidad: 1) la actitud habitual de mi primo dista mucho de ser displicente. 2) No tengo del todo claro qué significa "displicente", pero como no hay autor contemporáneo español que no utilice el dichoso término, yo no he tenido por más que colocarlo aquí)  ha dejado su vivienda en Sevilla para trasladarse al Rompido aunque eso le implique recorrer más de 250 km diarios para desplazarse hasta su trabajo: él es feliz viviendo allí. Su hermana, mi prima Mariluz, fue también alguien que me ayudó bastante, comentándome sobre la zona y prestándome algunos libros que tengo que recordar que aún no he devuelto.
Castillo de Cartaya
El día siguiente y último de mi periplo lo aproveché para ir desde el Rompido hasta Punta Umbría, recorriendo los bellos paisajes de la desembocadura del río Piedras que tanto me recuerdan a mi niñez.

Intento de foto artística por mi parte. Yo siempre he creído que "foto artística" era de una mujer desnuda, pero parece que no siempre 

En esta playa fue encontrado el comandante Martin

Por último, tal y como dije, Mario y yo conseguimos encontrar la tumba de Martin.

El atractivo autor de estas líneas ante la tumba del (involuntario) protagonista de la historia

sábado, 15 de junio de 2013

Su vaca y él

Uno de esos libros que siempre recomiendo es la recolección de memorias de Pablo Neruda que lleva por título "Confieso que he vivido" y a fe mía que, una vez leído el libro, el título parece inmejorable. Como es bien sabido, recoge el poeta diversas historias que abarcan buena parte de su vida. Una de esos episodios, en el que narra su relación con Omar Vignole siempre me ha parecido especialmente divertida y he tratado de escarbar un poco en internet por aquello de corroborarla. Curiosamente, lo que aparece en casi todos sitios son la palabras que Neruda le dedica, así que las copio aquí por si alguien no las conoce o las tiene olvidadas (y también porque puede que alguien encuentre que el Nobel chileno escribe mejor que yo):


En Buenos Aires conocí a un escritor argentino, muy excéntrico, que se llamaba o se llama Omar Vignole. No sé si vive aún. Era un hombre grandote, con un grueso bastón en la mano. Una vez, en un restaurant del centro donde me había invitado a comer, ya junto a la mesa se dirigió a mí con un ademán oferente y me dijo con voz estentórea que se escuchó en toda la sala repleta de parroquianos: “¡Sentáte,Omar Vignole!”. Me senté con cierta incomodidad y le pregunté de inmediato: “¿Por qué me llamas Omar Vignole, a sabiendas de que tú eres Omar Vignole y yo Pablo Neruda?”. “Sí, me respondió, pero en este restaurant hay muchos que sólo me conocen de nombre y, como varios de ellos me quieren dar una paliza, yo prefiero que te la den a tí”.
Este Vignole había sido agrónomo en una provincia argentina y de allá se trajo una vaca con la cual trabó una amistad entrañable. Paseaba por todo Buenos Aires con su vaca, tirándola de una cuerda. Por entonces publicó algunos de sus libros que siempre tenían títulos alusivos: Lo que piensa la vaca, Mi vaca y yo, etcétera, etcétera. Cuando se reunió por primera vez en Buenos Aires el congreso del Pen Club mundial, los escritores presididos por Victoria Ocampo temblaban ante la idea de que llegara al congreso Vignole con su vaca. Explicaron a las autoridades el peligro que les amenazaba y la policía acordonó las calles alrededor del Hotel Plaza para impedir que arribara, al lujoso recinto donde se celebraba el congreso, mi excéntrico amigo con su rumiante.
Todo fue inútil. Cuando la fiesta estaba en su apogeo, y los escritores examinaban las relaciones entre el mundo clásico de los griegos y el sentido moderno de la historia, el gran Vignole irrumpió en el salón de conferencias con su inseparable vaca, la que para complemento comenzó a mugir como si quisiera tomar parte en el debate. La había traído al centro de la ciudad dentro de un enorme furgón cerrado que burló la vigilancia policial.
De este mismo Vignole contaré que una vez desafío a un luchador de catchascan. Aceptado el desafío por el profesional, fijó la noche del encuentro en un Luna Park repleto. Mi amigo apareció puntualmente con su vaca, la amarró a una esquina del cuadrilátero, se despojó de su elegantísima bata y se enfrentó a “El Estrangulador de Calcuta”. Pero aquí no servía de nada la vaca, ni el suntuoso atavío del poeta luchador. “El Estrangulador de Calcuta” se arrojó sobre Vignole y en un dos por tres lo dejó convertido en un nudo indefenso, y le colocó, además, como signo de humillación, un pie sobre su garganta de toro literario, entre la tremenda rechifla de un público feroz que exigía la continuación del combate.
Pocos meses después publicó un nuevo libro: Conversaciones con la vaca. Nunca olvidaré la originalísima dedicatoria impresa en la primera página de la obra. Así decía, si mal no recuerdo: “Dedico este libro filosófico a los cuarenta mil hijos de puta que me silbaban y pedían mi muerte en el Luna Park la noche del 24 de febrero”.

Unas pequeñas puntualizaciones al maestro Neruda: parece ser que no era Viñole (así suele venir escrito su apellido y considérese esta la primera puntualización) agrónomo sino veterinario. Respecto a su muerte fue en 1967 (había nacido en 1904), no mucho antes que el chileno y, por si a alguien le interesa, en varios blogs se encuentran críticas de sus libros que parece que no interesaron mucho en su época y que aún interesarían menos ahora.

Si a estas alturas queda alguien muy, pero que muy interesado, aún le puedo dar alguna referencia más. Por ejemplo, en esta página se pueden encontrar cuatro libros de Vignole, entre los que está el que muchos dicen que es su mejor obra "El hombre que se depiló la ingle" (yo más bien diría la menos mala) y en esta otra página dan reseñas (incluso parece que se han leído los libros) a tres de sus obras: "La camiseta del jefe de policía", "El hombre de la vaca" y "Canto al gran matarife".


Por último, si alguno se anima a leer alguna de sus obras, que sepa que es bajo su entera responsabilidad y le comunico que no es necesario que comparta sus impresiones conmigo: avisados estáis.

viernes, 6 de julio de 2012

Siempre tendremos algo de Gabo

Leo en El País que Gabriel García Márquez padece demencia senil, que no volverá a salir ninguna línea nueva de su pluma. Naturalmente ello me produce sentimientos encontrados. Pero, básicamente es el dolor que produce el que se esté apagando alguien que nos ha aportado tanto. En cierto sentido, hay gente, desconocidos, a la que sentimos cerca nuestro, casi como si fueran familiares. En mi caso, Gabo es uno de ellos. Así que permitidme que os comente cómo entró en nuestra familia:
Ya he dicho en algún sitio que una de las personas que más ha influido en mi vida fue mi abuelo Ventura (tanto que mi mujer decidió que nuestro último hijo llevaría su nombre y cuando lo comunicamos a unos y a otros de nuestra familia, todo el mundo reaccionaba igual: se saltaban las lágrimas de emoción: las mismas que me bajan por mis mejillas mientras escribo estas líneas). La pasión de mi abuelo Ventura era la literatura, así que supongo que yo no comprendía bien su excitación, su nerviosismo ante un libro nuevo que acababa de salir en aquel invierno de 1967-68 (sé que salió un poco antes, pero por aquel entonces fue cuando llegaron a él noticias, críticas de ese libro en esa época pre-internet, en esa gris Sevilla de una gris España), pero recuerdo perfectamente cuando por fin lo consiguió y cuando, al terminarlo se dirigió a mí (siempre me hablaba como a un adulto aunque yo por aquel entonces tenía ocho años): "esta novela es de lo mejor que se ha escrito en español en todo el siglo XX, algún día cuando seas mayor la leerás y lo comprenderás". No sé por qué pero esas palabras me impactaron, parecían tan rotundas, pero eran algo más: por primera vez tuve conciencia de que existía un nexo que me unía a mi con mi abuelo y que seguiría más allá.
Naturalmente llegué a leer ese libro, después de que mi abuelo se lo hubiera leído muchas veces, de que mi padre se lo devorara. Cuando  terminé de leerlo por primera vez, corrí a ver a mi abuelo y estuvimos un largo rato comentándolo, él con un orgullo que yo no supe interpretar en su momento (era por su nieto, por la herencia que había transmitido).
Cuando murió mi abuelo, mis primos y yo comentamos qué libros nos quedaríamos cada cual: yo sólo me pedí uno.
Hoy este libro está delante de mí mientras escribo estas líneas, se le notan las marcas del uso y ello enriquece este ejemplar: lo hace único. Confío que alguno de mis hijos lo poseerá, pero él no será más que el depositario, como lo fue mi abuelo, como lo soy yo, de un tesoro que a todos nos enriquece: gracias Gabo.