domingo, 11 de noviembre de 2018

Manjaro

Después de muchos fiel a Linux Mint (tras empezar en Ubuntu), he decidido tirar por el lado más salvaje de la vida y pasarme a Arch Linux... Bueno, no exactamente, he caído en Manjaro que es una versión soft de Arch Linux (existen algunas intermedias como Antergos).

No voy a dar un manual de instrucciones para usar manjaro (hay cientos en internet), pero si puedo decir que tras dos semanas de uso estoy encantado. Lo que sí quiero comentar es cómo he instalado mi impresora multifunción porque hay diversas vías que conducen a errores. He seguido básicamente dos páginas: esta  para instalar la impresora y esta (con un matiz) para poder usar el scanner.

Naturalmente, la impresora debe estar encendida y conectada a nuestra red local.

Debemos instalar los paquetes cups y libcups. Abrimos una terminal y escribimos:

sudo pacman -S cups libcups
(Nos pedirá contraseña)

A continuación tenemos que instalar los drivers de nuestra impresora:

sudo pacman -S hplip
Si la impresora no es hp se tienen estos otros drivers:
splix: drivers para Samsung
gutenprint: drivers para Canon, Epson, Lexmark, Sony y Olympus
cups-pdf: drivers para impresora PDF

Intenté instalar hplip con el fichero .run que se puede encontrar en la página de hp pero me dio problemas.

Ahora hay que administrar cups, primero añadimos usuario:
sudo gpasswd -a <tu_usuario> sys
sudo gpasswd -a <tu_usuario> lp
En este punto, recomiendo reiniciar y ya abrir el administrador de cups en nuestro navegador por defecto en la url localhost:631  y seguir los pasos de añadir impresora.

Para el scanner:
sudo pacman -S sane
sudo pacman -S simple-scan
Editar /etc/sane.d/dll.conf y descomentar la última línea la que pone #hpaio (debe quedar como hpaio).

Ver si detecta vuestro scanner:
sudo scanimage -L
Ahora, de nuevo, recomiendo reiniciar y ya se puede usar simple.scan.

viernes, 30 de marzo de 2018

De soviéticas maneras (VII)

Pues esto se está acabando, amigos (y sobre todo, amigas, que uno escribe siempre con la intención de embaucar a alguna incauta que se deje arrastrar por mi florido verbo hacia universos que se imagina aunque yo no los he prometido, qué conste). No se si mañana dará lugar a crónica, pero no es imposible que esta sea la última.
Vamos ahora a jugar a una especie de juego de la oca, cuando vean el símbolo de un dado las que sean madres, abuelas y tías demasiado timoratas de adultos que me acompañen, se han de saltar hasta el siguiente dado (como en el juego de la oca ¡qué divertido).

Dos adultos que viene en este viaje cometieron anoche error de libro número uno si se viene a Rusia: salieron a dar una vuelta (supongo que movidos por el interés etnográfico de conocer a hembras de otras latitudes y culturas). Creo que no llegaron a intimar con ningún ejemplar femenino de nuestra especie, pero sí que un para de rusos hicieron amistad con ellos y se empeñaron en realizar la tradicional ceremonia de brindis que describen en todos los libros de costumbres de estos pagos. Quiero pensar que ellos no están muy acostumbrados a la ingesta de bebidas espirituosas y, de resultas de esa noche, esta mañana fue de intensa resaca.

Como un complemento al capítulo dedicado a nuestra búsqueda de alojamiento en San Petesburgo, me gustaría añadir algo de información sobre el nuestro actual: está muy céntrico, buenas habitaciones y aceptable servicios, pero su acceso no deja de ser algo sórdido, con la llave magnética se puede abrir esta reja:


Por la que se accede a un patio en el que hay un poco de todo (sí, lo de la izquierda es un inodoro).


 Y a través de la puerta del fondo se llega a nuestras escaleras:
Pero hay que tener en cuenta que las dos habitaciones para los cuatro nos salen a menos de 9€ por cabeza y por día. La relación precio calidad es fantástica.

Hoy hacía un tiempo primaveral en San Petesburgo, al salir la temperatura era de -2º, pero se notaba perfectamente que ya no "disfrutábamos" del frío de días atrás.

La indumentaria no era "postureo", realmente se notaba la subida de temperatura. Al margen de eso, sí, están un poco mal de la cabeza, pero eso debe seer culpa de sus respectivas madres.

El plan hoy era continuar con las peregrinaciones bolcheviques y dirigirnos al museo de Historia política de Rusia. El edificio que lo alberga lo mandó construir una prima ballerina que tuvo el buen ojo y el poco estómago de liarse con una buena proporción de la sección masculina de la familia Romanov, la familia real. Y se ve que el ballet o las amistades le dieron para vivir holgadamente (o los bancos en esa época daban unas condiciones hipotecarias cojonudas). La mujer tenía que ser de armas tomar porque, al parecer, el director del ballet la consideraba prima ballerina pero menos prima que otras y los papeles mas difíciles o lucidos se los solía dar a otra. El caso está que en una representación tenían que aparecer en escena brevemente unas gallinas cuando nadie bailaba, pero cuando la prima "por la gloria de mi mare" ballerina (esto es, la otra) estaba en mitad de una de sus piezas, la buena de Matilda Kshesínskaya (que así se llamaba la prima "pero no tanto aunque se había trajinado al zar" ballerina) soltó las gallinas, aunque le salió el tiro por la culata, porque la otra siguió bailando como si tal cosa y se acabó por llevar la mayor ovación de la noche. El caso es que cuando la revolución, Matilda se debió sospechar que sus relaciones con la familia de los zares no era el mejor de los salvoconductos y, en cuanto pudo, se marchó a Francia, quedando el edificio abandonado, pero por muy poco tiempo, ya que el partido bolchevique lo tomó como su cuartel general y en él estableció Lenin su despacho. Pero no solo eso, de vez en cuando salía a arengar a las masas y hay un cuadro relativamente famoso que lo recoge:
Resultado de imagen

Así que no cabe duda de que esa casa es una visita obligada si se va de peregrinación bolchevique. El museo en sí no está mal, aunque buena parte de la información está exclusivamente en ruso, pero unas tarjetas contienen la traducción al inglés de lo esencial. Sí que me parece un tanto deshonesto, ya que buena parte de su atracción (y casi el 95% del merchandising que venden) se basa en los bolcheviques, pero los textos los critican mucho (seguro que con razón), mientras que a los zares los dejan relativamente bien parados.
Aunque nos queda un día, sí que tenemos ya la sensación de despedida, pero supongo que volveremos a este país que nos ha llamado mucho la atención.



Despacho de Lenin y al fondo, la puerta que da al balcón desde el que daba sus discursos.






jueves, 29 de marzo de 2018

De soviéticas maneras (VI)

Hoy ha tocado relajarse un poco y recuperar los cuerpos de las palizas dadas en los días anteriores en los que hemos venido a recorrer una media de 30 km diarios, así que no esperen mis queridos y amables lectores (recuerden, sobre todo, esa palabra clave: amables) aventuras como en otras entregas de estas crónicas. Como decía Baudalaire, solo la juventud aspira a ser sublime sin interrupción.
Hemos paseado por Nevsky Prospect y nos hemos acercado a la trampa para turistas al mercadillo de recuerdos cercano a la iglesia con un nombre que difícilmente se puede confundir con el de un espectáculo de humor: Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada. Aparte de las matrioskas y con una intersección no nula con ellas, la gran estrella de los souvenirs en la actualidad en Rusia parece ser Vladimir Putin, que aparece en todo tipo de camisetas siempre destacando su componente más machote: normalmente con gafas de sol perdonándote la vida (o no), pero sin duda, mi favorita es una imagen en la que aparece montado sobre un oso pardo cual vaquero siberiano. si viajas a Rusia y en el calor de la visita llegas a la conclusión de que es una fantástica idea comprar una de dichas camisetas, trata de pensar si te la vas a poner más de una vez cuando vuelvas a casa (ni hablar en pensar en regalársela a nadie, ya te confirmo que no la van a apreciar..., y hacen bien). También hay platos con su imagen, matrioskas que pretenden ser una clase de historia ya que aparecen (de mayor a menor): Putin, Yeltsin, Gorbachov, Brezhnev, Kruschov, Stalin y Lenin (saltándose a Andropov y a Chernenko que los pobres dejaron poca huella).
Movidos por el afán de intentar conseguir algún recuerdo de la extinta URSS que mi hijo el gafotas quiere a toda costa, subimos a un llamado "Museo de la vida cotidiana en la URSS" que es la prueba evidente que echándole imaginación y muy poca vergüenza se puede una ganar la vida de forma más o menos cómoda. Dicho "museo" contiene en un par de habitaciones objetos que hace 30 años o más que las familias de las que lo regentan tendrían en sus casas. Naturalmente, si algo tiene más de 30 años (y menos de 100) pertenece a la vida cotidiana de la URSS y, por lo tanto, tiene cabida en tan magna exposición jerseys, bolsas de deportes, un par de máquinas de escribir (que no sé qué tiene de particular "soviético" puesto que en el resto del mundo también se usaban las máquinas de escribir), zapatos, etc. Mi hijo se encariñó con unos pósters y le pregunté el precio a una que nos atendió y me dio un precio un poco alto (250 rublos), después vio otro montón y ella misma dijo que valían 150 rublos. Escogimos dos de cada montón y al ir a pagar me pidieron 1000 rublos, naturalmente protesté y se pusieron las dos encargadas/guías/dependientas a discutir. en un momento dado me dicen que esperen y sacan algo que sí es una reliquia de la época soviética: un cuaderno con anotaciones, se ponene a pasar las páginas disimulando y mirándome la cara, que yo procuraba mantener lo más seria posible para intentar hacerles ver que estaba muy contrariado, hasta que llegaron a la conclusión de que se había equivocado la que me pretendía cobrar y que todos valían 600 rublos. Evidentemente, la visión de tantas imágenes de Putin en camisetas me sirvió para mostrar el talante apropiado y conseguir ese descuento del 40%.







miércoles, 28 de marzo de 2018

De Soviéticas maneras (V)

Hoy tocaba Hermitage, estamos en San Petesburgo y es obligatorio visitarlo, pero he de aclarar que no me gustan los museos, me aburren y cansan. Sé que muchos de mis lectores se estarán preguntando que cómo es posible que alguien tan refinado, culto e inteligente como este su humilde cronista no se interese por semejantes templos de la cultura (no lo digo yo, sino sé o me imagino que lo piensan y dicen mis lectores. Me refiero a lo de refinado, culto e inteligente, lo de humilde sí es cosa mía). La respuesta es sencilla: ni idea, pero me ratifico en lo dicho. En cualquier caso, estando en San Petesburgo de turismo se tiene que ir al Hermitage, así que después de un reconfortante desayuno, así allí se dirigieron nuestros pasos. La cola era kilométrica y temíamos que la compra de entradas no iba a ser simple. Por fortuna, encontramos un dispensador automático de entradas y Álvaro se dispuso a comprarlas. En total eran 2800 rublos las cuatro, pero  no hubo forma que devolviera el cambio de las dos segundas así que nos habíamos gastados un total de 3800 rublos: ¡¡encima que teníamos que ver el Hermitage nos costaba más caro!! En ese instante apareció de la nada una señora que me cuesta describir, pero que sí se lo que me imaginé cuando la vi: he leído que en los hoteles de la época soviética, en cada planta había un mujer de mediana edad sentada que, en teoría estaba para ayudar a los huéspedes, pero que dadas sus desabridas maneras la gente sospechaba que su misión era otra. De haber vivido 30 años antes y si a esas señoras las escogían por su aspecto, a nuestra aparición le hubiera tocado una de dichos puestos de vigilancia servicio. La buena señora abrió la máquina, nuestros cuatro cuellos se estiraron de la espectación puesto que sospechábamos que su presencia tenía que ver con el desfalco que habíamos sufrido, pero ellas alargó un poco el papel de impresión y volvió a cerrar el frontal de la máquina. Con muy poca esperanza, pero menos vergüenza, le comenté que no nos había devuelto el cambio, por fortuna teníamos todos los tickets, ella los miró y nos hizo seña de que la siguiéramos. La buena señora era una versión en mujer de mediana edad soviética de Usain Bolt pero conseguimos no perderla mucho. Yo miraba hacia donde iba y guardaba la esperanza de que fuéramos a entrar en unas oficinas en algún sótano del museo, siempre me han llamado la atención esos intramundos. Y confiaba en que no nos haría perder mucho tiempo puesto que todavía teníamos que hacer esa cola kilométrica que avanzaba tan lentamente. Sin embargo, ella se dirigió hacia la cola, la cual sorteó por un lateral y nos llevó directamente dentro sin tener que esperar: por eso ya merecía la pena haber perdido los 1000 rublos. Pero la cosa no quedó así, sino que después de examinar la documentación que aportábamos, alguien decidió devolvernos 2000 rublos. Considérese lo anterior como una mini-guía para intentar eludir las espera para entrar en el Hermitage y pagar menos.
Nota para posibles lectores que tengan que ver con los controles de fronteras de Rusia (que no digo yo que nos espíen, sino que puede que ocasionalmente a alguno le dé por leer este blog): observe mi estimado lector ruso ocasional de este blog que tiene que ver con los controles de fronteras rusos (mayormente en el apartado de salidas) que nosotros aportamos documentación veraz y que fueron algunos funcionarios del Hermitage los que decidieron que nos correspondían esos 2000 rublos.
El Hermitage, como es sabido ocupa todo el palacio de invierno (residencia oficial de los zares y cuya toma fue capital en la revolución de octubre de 1917 (allí estaba reunido Kerenski con su gobierno) y por si no tuvieran bastante con la inmensa residencia de los zares, todavía se extiende por algunos edificio adyacentes. Así que la colección es inmensa. Si se me pregunta, han tenido muy poco criterio a la hora de colocar los cuadros, los grandes museos suelen reservar a su exhibición permanente las grandes obras o las más significativas, aquí creo que el criterio fue: "colgad todo". Evidentemente tiene piezas interesantes y lugares que merece la pena de ver, como el salón en el que se reunió por última vez el gobierno de Kerenski, la biblioteca privada del zar y muchos cuadros de grandes maestros, pero no hubiera perdido calidad sin cuelgan la mitad de la colección (al menos para mí).
Después de la obligada visita nos dirigimos a la isla de Petrogradsky para pasear un poco por ella y ver el crucero Aurora. Visita obligada para mi hijo el soviético ya que unas salvas de dicho crucero fueron la señal para el comienzo del asalto al palacio de invierno. Además, siempre es agradable cruzar unos cuantos puentes sobre un río completamente helado cuando sopla el aire y la temperatura es de -12º: son esos placeres de la vida a los que uno no se puede negar. A la vuelta visitamos la fortaleza de Pedro y Pablo y allí comenzó a nevar, nevada que nos ha acompañado hasta llegar al hostel. Así que, en cuanto he podido moverme, me he dado una buena ducha caliente y me he dispuesto a escribir esta crónica que estoy terminando por hoy. 
















martes, 27 de marzo de 2018

De soviéticas maneras (IV)

San Petesburgo nos recibió con -12º, pero era una mañana soleada y con un cielo cristalíno, así que decidimos ir andando al hotel que estaba a unos 4 km. No sospechábamos la de vicisitudes que nos iba a deparar la búsqueda (y encuentro) de nuestro alojamiento. Google maps proponía una dirección (muy cercana al palacio de invierno) que nos parecía más razonable que la que nos había mandado el correo del hostel, que era exactamente el palacio de invierno. pero en la dirección que decía Google no había ni restos de nuestro hostel, sí que había un patio interior al que se accedía por una cancela cerrada y que parecía que era el que otros huéspedes habían colgado. Naturalmente, nos hicimos los despistados y cuando alguien salía nos colamos de rondón, recorrimos todas las puertas de dicho patio y no aparecía ni rastro de nuestro supuesto alojamiento. Después de mucho dar vueltas, me encontré con un jovenzuelo que tenía pinta de balbucear algo de inglés y al que le pregunté por el hostel. Su respuesta fue "maybe". También es mala suerte: me había topado con un filósofo, me aguanté la risa y los comentarios ingeniosos que se me ocurrieron por dos razones: me sacaba dos cabezas y ese "maybe" daba ciertas esperanzas (pero mayormente lo hice por lo de la hostia). Intentó articular otra frase y fue incapaz, pero, eso sí, se dio la vuelta y se dirigió a uno de los portones que abrió de un tirón y me dijo "tercer o cuarto", lo cual me dio la oportunidad de visitar por dentro unos apartamentos soviéticos. Digamos que mi verbo no es lo suficiente diestro para su descripción y que el termino "cutre" no lo define en justicia. El caso es que no encontré ni rastro del hostel así que volví a bajar las escaleras y fui al portal que el filosofo gigante había abierto de un tirón. Aunque había un botón que era evidente que servía para abrirlo desde dentro, yo quise renunciar a tan simple método y le di un tremendo empujón a esa puerta. Pude comprobar de forma empírica la tercera ley de Newton (sin duda la mochila que llevaba limitaba mis movimientos) y ello me hizo, en cuanto me recuperé del dolor, recurrir al ignominioso botoncito de apertura. Después de un buen rato de infructuosa  exploración, mi hijo se dio cuenta de que había recibido un correo del hostel y que explicaba cómo llegar: la idea era ir al palacio de invierno y nos daban instrucciones en un mapa para continuar... Todo parecía muy sencillo.
Pero cuando llegamos a donde indicaba el mapa que nos habían enviado, de nuevo otro patio y ni rastro del hostel. Estuvimos un buen rato recorriendo los alrededores, preguntando a la gente y nadie sabía nada de ese hostel. Puesto que en el mensaje había un teléfono ruso, nos decidimos a llamar por si daba la casualidad de que hablaran algo de inglés, afortunadamente lo hablaban muy bien y nos explicaron que tenía que pulsar un determinado botón en la cancela del patio, buscar una de las puertas y pulsar otro botón. En el acceso al patio había un teclado en el que normalmente se pulsa una clave de cuatro dígitos, una vez dentro, había otras cuatro puertas con sus correspondientes botoneras, lo cual hace un total de 400.000.000.000.000.000.000 combinaciones: era normal que no hubieran sido más específicos acerca de cómo entrar, cualquiera la hubiera encontrado con suma facilidad y tras varios billones de años intentándolo. 
Conseguimos acceder, nos abrió un chico muy amable que nos enseñó las habitaciones (en un sótano) y nos dijo que podíamos escoger o una o dos para los cuatro y al mismo precio. Primera cosa extraña. Segunda pista, no nos pide el pasaporte, cosa que en Rusia te piden hasta para entrar en el tren (y hacen copia de todas la hojas en cada alojamiento). Sin abandonar su sonrisa nos dice que no hay todavía internet, pero que podemos piratear la wifi de un hotel cercano, los problemas empiezan cuando le decimos que cómo podemos hacer para ducharnos y nos dice que las duchas no están listas aún, que somos los primeros huéspedes y que las cosas no funcionan todavía. Llamadnos sagaces, pero todo sonaba muy extraño, así que decidimos por 3 votos contra 1 (el mío), buscar otro alojamiento y dejar ese. No nos llevó mucho encontrar otro que está muy bien, pero que promete menos diversión.
Después de la típica comida georgiana del primer día en San Petesburgo, nos dirigimos Vasileostrovki ya que después de mucha búsqueda había encontrado el primer sitio que quería yo visitar en esta ciudad. Estoy seguro que mucha gente del barrio ni sabe que existe. pero después de pasar donde se encontraban los apartamentos del perro de Pavlov (y de Pavlov) está la casa original que se construyó Euler y en la que vivió cerca de 50 años hasta su muerte (en realidad, era la segunda, la primera que estaba en el mismo sitio la destruyó un incendio, pero Catalina le dijo que no se apurara que ella ponía los rublos que hicieran falta). He de confesar que casi se me saltan las lágrimas.



Después de un paseo por esa isla, volvimos felices pero destrozados al hostel (el aburrido) para descansar hasta mañana.