La semana pasada, en una de esas reuniones insufribles de padres del colegio de mi hijo, una de las profesoras dijo algo sobre la evaluación que todo el mundo aceptó como muy lógico y que, cuanto más pienso en ello, más dudas me asaltan.
Básicamente, la profesora venía a decir que a los niños hay que evaluarlos en función del esfuerzo que hacen, que tiene más mérito un niño que obtiene un 5 en una prueba pero para obtener dicha nota necesita esforzarse mucho que un 9 obtenido por otro niño sin esfuerzo por su parte. En otras palabras: que el esfuerzo debe ser lo que más se valore a la hora de la evaluación.
Dos son las cuestiones que se me plantean:
- ¿Debemos valorar el esfuerzo por encima de otros elementos?
- ¿Cómo medimos el esfuerzo?
Me explico: se parte de la base de que no todos tienen la misma inteligencia, la misma memoria y que es injusto calificar en función de dichas capacidades "innatas". Por tanto, la primera duda que me asalta es: ¿la capacidad de esfuerzo no es también algo innato? Evidentemente es algo que podemos trabajar y mejorar, pero también me parece evidente que algunos tienen más capacidad de sufrimiento, de esfuerzo que otros. En este sentido, si somos unos empresarios que tenemos que contratar a alguien para realizar un trabajo, ¿debemos primar a alguien que se esfuerza mucho por realizar dicho trabajo (pero lo hace regular), sobre alguien que, sin esfuerzo aparente, lo realiza a la perfección? En un club de fútbol ¿hay que contratar a uno que mete muchos goles o a otro que se entrena muchísimo? No estoy diciendo que la capacidad de esforzarse no sea una cualidad positiva, simplemente, que es una cualidad que a lo mejor es tan innata o tan perfeccionable como otras que, en algunos casos, estamos demonizando o no valorando adecuadamente.
Tengo dos hijos pequeños de nueve y siete años, los dos son inteligentes, pero el primero es extraordinariamente brillante y el segundo tiene una gran capacidad para el trabajo. Así cada vez que vemos a algún profesor del mayor, siempre nos dicen que podría ser mucho mejor de lo que es si se esforzara más: por supuesto, todos podríamos ser un poco mejores si nos esforzáramos más. Recuerdo que algo parecido me ocurría a mi en el colegio, tenía un compañero que no hacía los exámenes mejor que yo, pero a él siempre le ponían mejores calificaciones "porque se esfuerza más": al cabo del tiempo, cuando yo era el catedrático de universidad más joven de mi área, él seguía preparándose oposiciones (con gran esfuerzo y dedicación por su parte, eso sí). Del segundo de mis hijos nadie tiene queja porque se esfuerza mucho y trabaja muy bien. Naturalmente, la madre y yo le tenemos que dedicar mucho más horas a vigilar las tareas del primero que las del segundo. Pero la tremenda curiosidad, inventiva, capacidad de relacionar cosas, etc., que tiene nuestro hijo de nueve años parece como si nadie las valorara, como si fuera un handicap: como está tan dotado tiene que rendir más de lo que rinde. Incluso me planteo que cómo medimos el esforzarse de un alumno: a mi hijo pequeño no le cuesta ningún trabajo hacer toda la tarea, escribir todas las páginas que le manden con cuentas repetitivas: no le cuesta esfuerzo esforzarse.
Incluso en las reuniones con los profesores se llega a algunas situaciones absurdas: una queja común es que no presta atención a lo que explica el profesor, que se distrae mucho, que está en su mundo, pero si le preguntan sobre lo que estaba explicando siempre responde correctamente. ¿Para qué explicamos los profesores? ¿No era para que nuestros alumnos aprendieran?
No he tratado mucho el tema de medir el esfuerzo. Porque creo que en este tema también estamos equivocándonos algo: se viene a entender como la capacidad a realizar labores muy repetitivas. Así, parece que a la hora de evaluar estamos valorando mejor a aquella persona que será un buen trabajador en una cadena de montaje que a alguien con inteligencia e inventiva.
Para terminar, creo que algo fundamental sería plantearnos en todo momento cuáles son las misiones principales de la escuela. En principio se me ocurren dos: por una parte, preparar a los niños para que se desenvuelvan adecuadamente en la sociedad cuando sean adultos: con conocimientos y habilidades, con capacidad para adquirir dichos conocimientos y habilidades y con la ética adecuada para que su relación con los otros miembros de la sociedad y, en segundo lugar, la escuela debe tratar de conseguir que la sociedad en general mejore con el paso de las generaciones. En resumidas cuentas: debemos aspirar a individuos mejores en una sociedad más justa.