viernes, 6 de julio de 2012

Siempre tendremos algo de Gabo

Leo en El País que Gabriel García Márquez padece demencia senil, que no volverá a salir ninguna línea nueva de su pluma. Naturalmente ello me produce sentimientos encontrados. Pero, básicamente es el dolor que produce el que se esté apagando alguien que nos ha aportado tanto. En cierto sentido, hay gente, desconocidos, a la que sentimos cerca nuestro, casi como si fueran familiares. En mi caso, Gabo es uno de ellos. Así que permitidme que os comente cómo entró en nuestra familia:
Ya he dicho en algún sitio que una de las personas que más ha influido en mi vida fue mi abuelo Ventura (tanto que mi mujer decidió que nuestro último hijo llevaría su nombre y cuando lo comunicamos a unos y a otros de nuestra familia, todo el mundo reaccionaba igual: se saltaban las lágrimas de emoción: las mismas que me bajan por mis mejillas mientras escribo estas líneas). La pasión de mi abuelo Ventura era la literatura, así que supongo que yo no comprendía bien su excitación, su nerviosismo ante un libro nuevo que acababa de salir en aquel invierno de 1967-68 (sé que salió un poco antes, pero por aquel entonces fue cuando llegaron a él noticias, críticas de ese libro en esa época pre-internet, en esa gris Sevilla de una gris España), pero recuerdo perfectamente cuando por fin lo consiguió y cuando, al terminarlo se dirigió a mí (siempre me hablaba como a un adulto aunque yo por aquel entonces tenía ocho años): "esta novela es de lo mejor que se ha escrito en español en todo el siglo XX, algún día cuando seas mayor la leerás y lo comprenderás". No sé por qué pero esas palabras me impactaron, parecían tan rotundas, pero eran algo más: por primera vez tuve conciencia de que existía un nexo que me unía a mi con mi abuelo y que seguiría más allá.
Naturalmente llegué a leer ese libro, después de que mi abuelo se lo hubiera leído muchas veces, de que mi padre se lo devorara. Cuando  terminé de leerlo por primera vez, corrí a ver a mi abuelo y estuvimos un largo rato comentándolo, él con un orgullo que yo no supe interpretar en su momento (era por su nieto, por la herencia que había transmitido).
Cuando murió mi abuelo, mis primos y yo comentamos qué libros nos quedaríamos cada cual: yo sólo me pedí uno.
Hoy este libro está delante de mí mientras escribo estas líneas, se le notan las marcas del uso y ello enriquece este ejemplar: lo hace único. Confío que alguno de mis hijos lo poseerá, pero él no será más que el depositario, como lo fue mi abuelo, como lo soy yo, de un tesoro que a todos nos enriquece: gracias Gabo.