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Pasó un buen rato (a él se le hizo eterno) hasta que se atrevió a desviar su mirada y, por fin, la bajo por su mano, aún elevada. Recorrió el antebrazo, ni firme, ni poderoso: justo el tipo de antebrazo que se le supone a cualquier sabio. Y ya no se pudo detener: brazo, hombro, subió por el cuello, barbilla, boca, a estas alturas todavía inexpresiva, nariz y acabó depositándose sobre sus ojos.
El sabio miró al necio un tanto desconcertado, pero (recordemos que era sabio), pronto se percató de todo, leyó en esos ojos que lo examinaban y su boca, antes inexpresiva (considérese esto una deferencia a mis lectores más desmemoriados) se transformó en una sonrisa cómplice.
Ha pasado mucho tiempo, pero a ambos, al sabio y al necio, de vez en cuando les gusta mirar juntos a la Luna y recordar el principio de su historia.
Este microrrelato ha sido (muy) inspirado por este fantástico tuit:
Cuando el dedo apunta al cielo, yo sigo mirando su sonrisa.
— Un señor con barba (@annare123) October 7, 2013
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