miércoles, 28 de marzo de 2018

De Soviéticas maneras (V)

Hoy tocaba Hermitage, estamos en San Petesburgo y es obligatorio visitarlo, pero he de aclarar que no me gustan los museos, me aburren y cansan. Sé que muchos de mis lectores se estarán preguntando que cómo es posible que alguien tan refinado, culto e inteligente como este su humilde cronista no se interese por semejantes templos de la cultura (no lo digo yo, sino sé o me imagino que lo piensan y dicen mis lectores. Me refiero a lo de refinado, culto e inteligente, lo de humilde sí es cosa mía). La respuesta es sencilla: ni idea, pero me ratifico en lo dicho. En cualquier caso, estando en San Petesburgo de turismo se tiene que ir al Hermitage, así que después de un reconfortante desayuno, así allí se dirigieron nuestros pasos. La cola era kilométrica y temíamos que la compra de entradas no iba a ser simple. Por fortuna, encontramos un dispensador automático de entradas y Álvaro se dispuso a comprarlas. En total eran 2800 rublos las cuatro, pero  no hubo forma que devolviera el cambio de las dos segundas así que nos habíamos gastados un total de 3800 rublos: ¡¡encima que teníamos que ver el Hermitage nos costaba más caro!! En ese instante apareció de la nada una señora que me cuesta describir, pero que sí se lo que me imaginé cuando la vi: he leído que en los hoteles de la época soviética, en cada planta había un mujer de mediana edad sentada que, en teoría estaba para ayudar a los huéspedes, pero que dadas sus desabridas maneras la gente sospechaba que su misión era otra. De haber vivido 30 años antes y si a esas señoras las escogían por su aspecto, a nuestra aparición le hubiera tocado una de dichos puestos de vigilancia servicio. La buena señora abrió la máquina, nuestros cuatro cuellos se estiraron de la espectación puesto que sospechábamos que su presencia tenía que ver con el desfalco que habíamos sufrido, pero ellas alargó un poco el papel de impresión y volvió a cerrar el frontal de la máquina. Con muy poca esperanza, pero menos vergüenza, le comenté que no nos había devuelto el cambio, por fortuna teníamos todos los tickets, ella los miró y nos hizo seña de que la siguiéramos. La buena señora era una versión en mujer de mediana edad soviética de Usain Bolt pero conseguimos no perderla mucho. Yo miraba hacia donde iba y guardaba la esperanza de que fuéramos a entrar en unas oficinas en algún sótano del museo, siempre me han llamado la atención esos intramundos. Y confiaba en que no nos haría perder mucho tiempo puesto que todavía teníamos que hacer esa cola kilométrica que avanzaba tan lentamente. Sin embargo, ella se dirigió hacia la cola, la cual sorteó por un lateral y nos llevó directamente dentro sin tener que esperar: por eso ya merecía la pena haber perdido los 1000 rublos. Pero la cosa no quedó así, sino que después de examinar la documentación que aportábamos, alguien decidió devolvernos 2000 rublos. Considérese lo anterior como una mini-guía para intentar eludir las espera para entrar en el Hermitage y pagar menos.
Nota para posibles lectores que tengan que ver con los controles de fronteras de Rusia (que no digo yo que nos espíen, sino que puede que ocasionalmente a alguno le dé por leer este blog): observe mi estimado lector ruso ocasional de este blog que tiene que ver con los controles de fronteras rusos (mayormente en el apartado de salidas) que nosotros aportamos documentación veraz y que fueron algunos funcionarios del Hermitage los que decidieron que nos correspondían esos 2000 rublos.
El Hermitage, como es sabido ocupa todo el palacio de invierno (residencia oficial de los zares y cuya toma fue capital en la revolución de octubre de 1917 (allí estaba reunido Kerenski con su gobierno) y por si no tuvieran bastante con la inmensa residencia de los zares, todavía se extiende por algunos edificio adyacentes. Así que la colección es inmensa. Si se me pregunta, han tenido muy poco criterio a la hora de colocar los cuadros, los grandes museos suelen reservar a su exhibición permanente las grandes obras o las más significativas, aquí creo que el criterio fue: "colgad todo". Evidentemente tiene piezas interesantes y lugares que merece la pena de ver, como el salón en el que se reunió por última vez el gobierno de Kerenski, la biblioteca privada del zar y muchos cuadros de grandes maestros, pero no hubiera perdido calidad sin cuelgan la mitad de la colección (al menos para mí).
Después de la obligada visita nos dirigimos a la isla de Petrogradsky para pasear un poco por ella y ver el crucero Aurora. Visita obligada para mi hijo el soviético ya que unas salvas de dicho crucero fueron la señal para el comienzo del asalto al palacio de invierno. Además, siempre es agradable cruzar unos cuantos puentes sobre un río completamente helado cuando sopla el aire y la temperatura es de -12º: son esos placeres de la vida a los que uno no se puede negar. A la vuelta visitamos la fortaleza de Pedro y Pablo y allí comenzó a nevar, nevada que nos ha acompañado hasta llegar al hostel. Así que, en cuanto he podido moverme, me he dado una buena ducha caliente y me he dispuesto a escribir esta crónica que estoy terminando por hoy. 
















4 comentarios :

  1. Sigo con interés extremo vuestra incursión en Rusia, lo esperaba desde que nos vimos en Coria. abrazos

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  2. La verdad es que está siendo un viaje fantástico, incluso los contratiempos le aportan esa sal que después se recuerda. Una abrazo.

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  3. Pues yo sí soy de esos lectores que pensaron "que cómo es posible que alguien tan refinado, culto e inteligente como nuestro humilde cronista no se interese por semejantes templos de la cultura" (hasta lo de humilde).
    Me imagino que después de tu ducha caliente, agradeciste haber perdido la votación que cuentas en la publicación anterior.

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    1. Ya sabes que nadie es perfecto, sé que a veces lo parezco (aquí convendría poner un emoticono de esos para que se supiera que estoy bromeando, pero otro de mis pocos defectos es que no domino el arte de los emoticonos), pero no lo soy.

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